¿Animales con derechos?




«Los animales sufren y hacen sufrir a otros bichos, pero no son crueles: los únicos que podemos serlo somos los humanos, porque sabemos lo que significa sufrir. Y sobre todo porque podemos comprender la abyección que supone querer que otro sufra.»
Fernando Savater, Despierta y lee


(I)
Antes de que se solivianten todas las asociaciones a favor de los derechos del mundo animal, vaya por delante que considero absolutamente injustificable el maltrato de los animales en cualquiera de sus formas y por cualesquiera de los motivos que puedan esgrimirse para apoyarlo; que condeno enérgicamente los usos y abusos que la sociedad de consumo comete contra los animales de los que se abastece y a los que exprime inmisericordemente hasta la extenuación y la muerte; y que pondría límites muy precisos a determinadas prácticas -como las de la moda o las de la industria cosmética- supuestamente beneficiosas para la humanidad.
Además de todo esto, he de confesar que tengo una cierta debilidad por esos cuadrúpedos peludos que suelen habitar en las casas y hacer un poco más alegre la vida de sus dueños, y que en ocasiones encuentro en ellos miradas y comportamientos que bien podrían imitar sus homínidos poseedores. 
Quien ha convivido en algún momento de su vida con un perro sabe de lo que hablo. La fidelidad de esos animales caninos -no por casualidad, denominados los mejores amigos del ser humano”, capaces incluso de exponer su propia vida  por defender la de su amo si fuese necesario-, no tiene comparación con ningún otro ejemplo del reino animal.
Pero, de ahí, a afirmar que los animales son portadores de derechos morales, hay un insalvable abismo teórico y práctico que merece la pena analizar con detenimiento. 


(II)
En realidad, el debate en torno a la validez y los límites del antropocentrismo (de anthropos, ser humano) moral que propiciaron la ética ecológica y la bioética no es nuevo, sino que saltó a la arena filosófica hace ya tiempo.
Sus orígenes podrían situarse en los años cuarenta, cuando un profesor universitario llamado Aldo Leopold publica el libro A Sand County Almanac (Almanaque del Condado Arenoso), en el que señalaba la idea de una expansión de la ética, cuyo ámbito tradicional ha sido el de las relaciones interpersonales, para incorporar en su seno las relaciones entre los individuos y la naturaleza.
A este “giro fisiocéntrico” (de physis, naturaleza) de la ética se han sumado filósofos tan relevantes como Luc Ferry (El nuevo orden ecológico, El árbol, el animal y el hombre), Peter Singer (Liberación animal) o Michel Serres (El contrato natural). En España, recuerdo un intercambio de opiniones en la prensa, hace ya algunos años, entre filósofos de bastante renombre como Jesús Mosterín y Fernando Savater.
Jesús Mosterín
Jesús Mosterín se sumaba a esta corriente de pensamiento que proponía ampliar a los animales la nómina de sujetos con derechos, puesto que “los derechos no son algo que exista ya dado en la naturaleza y que nosotros nos limitemos a descubrir, como los cromosomas o los continentes. Los derechos los creamos nosotros mediante nuestras convenciones” (“Creando derechos”, El País,  29/08/1999).
En este artículo, Mosterín ampliaba su argumentación señalando la necesidad de crear unos derechos de los animales, inexistentes hasta este momento, pero que podían llegar a aceptarse en el futuro mediante el consenso, igual que en épocas pasadas se habían aceptado los derechos de los negros o de las mujeres, derechos que en la actualidad nos parecen tan obvios como incuestionables, y que constituyen un indicativo histórico del progreso moral de la humanidad.   
En cambio, en otro artículo, publicado el mismo día y en el mismo medio, Fernando Savater defendía que “sólo pueden tener derechos -inspirables de obligaciones- los sujetos capaces de controlar y parcialmente suspender por razones simbólicas la urgencia instintiva de sus disposiciones biológicas” (“¿Todas sus criaturas?”, El País,  29/08/1999).
Por eso, añadía Savater, acusar a la ética de antropocentrista, como hacen los defensores del fisiocentrismo, es como repudiar las carreras de caballos por ser demasiado hípicas.



(III)
Con el objetivo de preservar las decisiones humanas de los determinismos naturales, la Modernidad filosófica se inauguró bajo el principio de autonomía. Su petitio principii era fundamentar la realidad humana como una realidad separada de las demás, capaz de regirse a sí misma bajo sus propias normas y con absoluta independencia del resto de las leyes físicas, como afirmaron en su momento Descartes, Hume o Kant.
René Descartes
En el Discurso del método, Descartes distinguió entre una res cogitans y una res extensa, entre un sujeto pensante y un objeto pensado, entre el hombre y la naturaleza. La filosofía cartesiana apostaba por una separación ontológica entre estos dos tipos de sustancias debido a que sus atributos son diametralmente opuestos e irreductibles entre sí.
El principal atributo de la sustancia pensante es la racionalidad; en cambio, los de la sustancia extensa, son la cantidad y la medida. Por eso constituyen dos sustancias con rasgos ontológicos diferentes: a un lado del espectro, tenemos al sujeto pensante con su racionalidad geométrica; y, al otro lado, nos encontramos con la naturaleza que se identifica con una colección de objetos cuantificables.
Inmanuel Kant
También con el objetivo de separar las leyes naturales de las normas morales, en su Tratado sobre la naturaleza humana, Hume señaló que no se pueden derivar enunciados normativos de enunciados descriptivos (lo que pasó a denominarse, desde entonces, la “falacia naturalista”). Por tanto, se considera ilegítimo el salto del ser al deber ser, de los hechos a los valores, de la ontología a la ética.
Por último, gracias a la ética de Kant, sabemos que no es lógico ni sensato reducir la causalidad mecánico-determinista del mundo de la naturaleza a la causalidad de la libertad que predomina en las comunidades humanas, lo que equivale a decir que la heteronomía moral del mundo natural no es reductible a la autonomía moral que mana del uso de la razón: a diferencia del resto de los animales, el ser humano es el único ser capacitado para darse a sí mismo la ley moral gracias al uso de la razón práctica. Esa es, precisamente, la definición kantiana de “libertad”.


(IV)
Debido a todas estas razones, me adhiero a la opinión de que otorgarles derechos a los animales es una postura tan extrema como innecesaria, que confunde el humanitarismo (la sensibilidad o compasión ante el padecimiento ajeno) con el humanismo (la doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos).
Es extrema, porque implica una contradicción teórica en los términos de la filosofía moral, señalados anteriormente. Y es innecesaria, porque ya el propio Kant, padre de la ética moderna, señaló el camino de la reconciliación entre estas dos posturas, antropocentrismo y fisiocentrismo, aparentemente irreconciliables.
Fernando Savater
En tanto que es el único ser dotado de libertad, razón y lenguaje, y el único ser al que podemos exigir responsabilidades morales por su comportamiento, únicamente el ser humano puede ser un sujeto moral considerado como un fin en sí mismo y nunca como un medio. 
Este argumento no implica que no podamos considerar a los animales como si fuesen sujetos morales, porque, a pesar de reconocer que de hecho no lo son, sí son seres susceptibles de padecer dolor y sufrimiento, igual que los seres humanos.
Como señala Fernando Savater en su libro Despierta y lee: “No creo que los animales tengan derechos porque me niego a suponer que tengan deberes: son lo que son, no lo que deben ser. Lo que muestran a nuestra imaginación y a nuestra sensibilidad ética (también estética) es el ejemplo de una vitalidad que no legisla sobre sus propios límites -estableciendo la pauta de las transgresiones- sino que los asume por necesidad”.
Por eso, la polémica podría resolverse por sí sola si reconociésemos que en teoría los animales no son ni serán nunca sujetos de derechos morales -privilegio que ostenta únicamente el ser humano debido a sus características exclusivas-, pero en la práctica deberíamos comportarnos con ellos como si lo fuesen, siempre y cuando ese dolor y sufrimiento no hayan sido provocados por causas naturales -ajenos a la voluntad humana y, por tanto, eximibles de responsabilidad moral-, sino por el abuso de los seres humanos sobre ellos, que sí son susceptibles de responsabilidad moral.    




Comentarios

  1. Interesante reflexión de la que extraigo que no podemos humanizar a nuestros animales, sin que eso implique dejar de cuidarlos y quererlos como una parte importante en nuestra vida. Y por supuesto no implique que el hecho de que no posean raciocinio, se les maltrate. Podemos estar de acuerdo o no, pero si sacamos nuestra parte más racional y menos emocional estaremos de acuerdo de que son animales y no se les puede tratar como humanos. Ni es bueno para el animal, porque pierde sus instintos y la sociabilización con otros animales, pues ellos sienten que son como los humanos, ni para nosotros porque la pérdida nos pasa mucha factura emocional, tanto como si perdiéramos a alguien que queremos. Dicho esto, para mi ya es tarde pues Yogo está humanizado.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario